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Segundo Castillo: del banquillo al ‘catwalk’ de la Libertadores

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En el universo muchas veces sobrio del fútbol sudamericano, donde los técnicos suelen vestir de gris y las emociones se camuflan tras los esquemas tácticos, Segundo Castillo ha decidido contar una historia distinta. El exjugador y hoy entrenador del Barcelona de Guayaquil no solo dirige partidos, también los desfila. En cada juego de la Copa Libertadores, Castillo convierte la línea de banda en una pasarela, y lo hace con la misma seriedad con la que plantea un 4-4-2 sólido o un contragolpe letal. Su presencia ya no pasa desapercibida: es táctica, pero también estética.

El pasado martes, en el duelo contra Universitario de Perú por la tercera jornada del Grupo B, el técnico ecuatoriano volvió a robar miradas. No solo por el planteamiento que mantuvo a su equipo como escolta de River Plate, sino por un atuendo que dejó claro que, en su caso, el estilo no es una distracción: es una declaración. Blazer floral, pantalón negro, chaleco a tono, camisa blanca y un moño rojo que cerraba el conjunto con un aire entre aristocrático y urbano. Segundo Castillo no dirige, encarna.

Desde los primeros partidos de la fase previa, Castillo ha hecho de su vestimenta una extensión de su liderazgo. Lo vimos de blanco impoluto, como si llevara paz a cada estadio. Lo vimos en rosa total, desafiando convenciones con una sonrisa. Blazer negro con morado, chaleco sobre camisa sin corbata… cada elección habla, y en todas hay un mensaje: en la Libertadores también se juega desde el espejo.

Pero más allá del color y la tela, el técnico del Barcelona SC está respaldando su estilo con resultados. Su equipo es segundo del Grupo B, por detrás del poderoso River Plate, y pelea con argumentos sobre el césped. Castillo ha logrado transmitir a sus jugadores no solo orden, sino confianza, una de esas virtudes que, como el buen vestir, nace de saber quién se es y qué se quiere mostrar.

Las redes sociales no se han hecho esperar. Miles de aficionados celebran cada nuevo look con la misma pasión con la que celebran un gol. “La rompió otra vez”, escriben en Twitter. “Vestido como para una gala, pero dirigiendo como un general”. La conexión es clara: la gente no solo lo ve como técnico, lo reconoce como personaje, como alguien que entiende que el fútbol también necesita íconos, no sólo estrategas.

No es fácil destacar en un torneo donde compiten gigantes, donde la presión suele convertir a los entrenadores en figuras solemnes, contenidas, uniformadas. Castillo ha apostado por otra vía: la autenticidad. Y en una época donde cada gesto es analizado y cada imagen amplificada, su presencia se ha convertido en parte del relato de esta Libertadores.

Tal vez, en algún momento, el debate se centrará en si el estilo distrae o suma. Pero por ahora, el técnico ecuatoriano ha dejado claro que su elegancia no es vanidad, sino un símbolo de identidad. Porque en el fútbol, como en la vida, uno también dirige con el alma… y con el atuendo.

Segundo Castillo no necesita corbata para que lo respeten. Le basta con un moño rojo, una visión de juego clara, y el coraje de ser él mismo frente a millones. En tiempos donde el fútbol a veces se parece demasiado a una fórmula, su figura es una nota distinta. Una flor en el blazer. Una jugada inesperada. Un gol al anonimato.

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