La noche en el Atanasio Girardot fue una de esas que los hinchas de Atlético Nacional guardan en la memoria: goles que despiertan gargantas, un equipo que recupera identidad y una clasificación anticipada que da oxígeno a un semestre marcado por la inestabilidad. Con el pase a octavos de final de la Copa Libertadores asegurado, el equipo verde de la montaña vuelve a ilusionarse con la grandeza continental. Pero como suele pasar en el fútbol sudamericano, la alegría vino acompañada de una advertencia formal que empaña la celebración.
La Conmebol, a través de su comisión disciplinaria, abrió un expediente contra el club paisa por la utilización de bombas de humo por parte de su hinchada durante los partidos como local. Aunque esta práctica forma parte del folclore barrista y del colorido que caracteriza a muchas canchas del continente, el reglamento del ente rector es claro: el uso de pirotecnia está prohibido. La normativa no distingue entre pasión y peligro, y las consecuencias pueden ser severas.
En su comunicado oficial, Atlético Nacional reconoció la apertura del proceso y advirtió que el club podría enfrentar sanciones económicas o incluso cierres parciales de tribunas. El mensaje, breve pero con tono de alerta, puso en guardia a la institución y dejó al descubierto una tensión latente: la del delicado equilibrio entre el fervor popular y la responsabilidad institucional. En otras palabras, entre la fiesta en las gradas y la normativa en los escritorios.
No es la primera vez que un equipo colombiano enfrenta este tipo de procesos. La hinchada verde, una de las más organizadas y numerosas del país, ha sido protagonista de espectáculos visuales que son tan admirados como sancionados. Pero en tiempos de vigilancia estricta por parte de la Conmebol, lo que ayer era celebrado hoy puede traducirse en multas, suspensiones o restricciones que afectan directamente al equipo y a su gente.
Javier Gandolfi, el técnico que ha empezado a devolverle orden y competitividad a Nacional, sabe que cada detalle cuenta en este tipo de torneos. Lo deportivo se juega en el césped, pero también en los despachos. Y mientras sus dirigidos encuentran respuestas tácticas y solidez defensiva, desde la dirigencia tendrán que afrontar con seriedad este nuevo frente. Una sanción en los octavos de final, cuando cada partido se convierte en una final anticipada, puede ser una carga innecesaria en el camino hacia el sueño continental.
La situación también interpela a las barras organizadas, que se han convertido en actores clave del espectáculo, pero que deben revisar sus formas de expresión. La pasión no puede ser argumento para pasar por alto las reglas del juego. Si el aliento termina costandole al club cierres de gradería o una atmósfera condicionada en los partidos decisivos, es legítimo preguntarse hasta dónde es válido seguir celebrando de la misma manera.
En Medellín, donde el fútbol es casi religión, el Atanasio ha sido escenario de noches épicas gracias a su hinchada. Pero la modernización del fútbol sudamericano exige una convivencia distinta entre emoción y regulación. La fiesta no debe desaparecer, pero sí transformarse, adaptarse y proteger lo más importante: la continuidad del equipo en el torneo y el derecho del aficionado común a disfrutarlo sin riesgos ni sanciones.
Atlético Nacional ha dado un golpe de autoridad en lo futbolístico. Ahora deberá demostrar que también puede liderar en el cumplimiento del reglamento y en el control de su entorno. La Copa Libertadores continúa, y el equipo ya está entre los mejores del continente. Lo ideal sería que, en lo que viene, el único humo que aparezca sea el del triunfo… no el de la sanción.