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Gustavo Bolívar: entre el afecto público y el regaño presidencial, la paradoja política del heredero incómodo

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En el escenario político colombiano, pocas figuras generan tanto contraste como Gustavo Bolívar. El escritor y exsenador se ha convertido en una pieza clave del petrismo, y según las más recientes encuestas, lidera con holgura la intención de voto entre los posibles candidatos del Pacto Histórico para 2026. Sin embargo, en la otra cara de esa moneda electoral, Bolívar enfrenta una realidad que inquieta incluso a sus más cercanos: es también el funcionario que más llamados de atención recibe por parte del presidente Gustavo Petro.

No son rumores de pasillo. En más de una ocasión, durante los consejos de ministros, el propio Petro ha interrumpido a Bolívar, lo ha corregido con tono áspero e incluso le ha recriminado decisiones, todo frente a otros altos funcionarios. Un contraste notable si se tiene en cuenta que, en uno de esos mismos espacios, Bolívar llegó a expresarle abiertamente su afecto al presidente con un “te amo” que no recibió mayor eco. En la política, el afecto, al parecer, no siempre garantiza respaldo.

Dentro del movimiento de gobierno, esta dinámica ha generado desconcierto. Algunos sectores de la izquierda se preguntan abiertamente cuál es el verdadero papel que Petro quiere para Bolívar. ¿Por qué frenar a quien muestra músculo electoral? ¿Por qué incomodar al más visible entre los suyos? Las respuestas, si existen, están en la lógica política personalísima del mandatario, que rara vez se ajusta a los cálculos convencionales.

Fuentes cercanas a la Casa de Nariño aseguran que el presidente no está convencido de una eventual candidatura presidencial de Bolívar. A pesar de que sus cifras son prometedoras y su popularidad en redes sigue sólida, Petro preferiría verlo liderando una lista al Senado, como en 2022, cuando su rol como cabeza visible del petrismo legislativo fue clave en la victoria electoral. El argumento de fondo sería preservar la cohesión del movimiento, evitando una candidatura que aún considera inmadura.

Sin embargo, esa posición podría convertirse en un boomerang. Bolívar, que ha demostrado ser leal a Petro incluso en los momentos más críticos, empieza a ganar una narrativa propia. Su historia de lucha desde las calles, su cercanía con las bases populares y su discurso directo le han permitido conectar con un electorado que busca continuidad, pero también identidad. El riesgo para el presidente no es menor: contener a Bolívar podría restarle a la coalición una figura de tracción popular en un momento donde la aprobación presidencial no atraviesa su mejor momento.

Al interior del Pacto Histórico, el debate ya está servido. Mientras unos respaldan la prudencia de Petro, otros ven en el trato hacia Bolívar una señal de recelo más que de estrategia. El riesgo de fricciones internas es real, sobre todo si el respaldo popular del exsenador continúa creciendo. Bolívar no ha dicho públicamente si insistirá en su aspiración presidencial, pero sus movimientos, sus discursos y su presencia mediática apuntan a que no abandonará la carrera fácilmente.

El panorama es complejo. Petro, como líder indiscutible del progresismo, enfrenta el dilema de manejar su legado sin anular a sus posibles sucesores. Bolívar, por su parte, debe decidir si sigue apostando a la lealtad o si empieza a construir una candidatura que, aunque nacida del petrismo, podría terminar desafiando al propio Petro. La paradoja está servida.

En la política, como en la literatura —territorio que Bolívar conoce bien—, las paradojas suelen ser el germen de las grandes historias. Habrá que ver si termina en reconciliación, ruptura o reinvención. Pero una cosa es segura: el guión apenas comienza.

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