Colombia enfrenta un inesperado repunte de fiebre amarilla, una enfermedad que, aunque endémica en algunas regiones selváticas, había estado bajo control gracias a la vacunación y a estrategias de vigilancia epidemiológica. Con 56 casos confirmados en lo que va de 2025, el Ministerio de Salud decretó emergencia sanitaria, una decisión que busca frenar la expansión del virus en territorios donde históricamente no era habitual su presencia.
Lo que más preocupa a las autoridades sanitarias es el cambio geográfico del brote. La fiebre amarilla ha comenzado a manifestarse con fuerza en zonas templadas como Tolima y Caldas, donde las condiciones climáticas, hasta hace poco, no favorecían la presencia del mosquito Aedes aegypti, principal vector del virus. Ahora, con temperaturas cada vez más elevadas, los límites de contagio se están ampliando, revelando una nueva cara de esta amenaza viral.
Luis Jorge Hernández, epidemiólogo de la Universidad de los Andes, explicó que este fenómeno está directamente relacionado con el cambio climático. “Lo que estamos viendo es la expansión de enfermedades tropicales hacia territorios antes considerados seguros. Las olas de calor y los cambios en los patrones de lluvia están modificando el hábitat del mosquito, permitiendo su reproducción en nuevas zonas”, señaló.
A este factor se suman otros elementos que agravan la situación: el aumento de la movilidad humana entre regiones de riesgo, la falta de campañas preventivas sostenidas y la baja cobertura de vacunación, especialmente entre adultos mayores y personas nacidas antes de 2002, año en que se volvió obligatoria la inmunización contra la fiebre amarilla en Colombia.
El brote ha tenido su epicentro en el Tolima, donde los casos confirmados han encendido las alarmas en municipios rurales y cabeceras municipales. Autoridades locales han intensificado operativos de fumigación y campañas de vacunación urgente, pero reconocen que los esfuerzos son insuficientes ante una propagación que desafía los modelos tradicionales de control.
El Gobierno Nacional, por su parte, ha llamado a la calma, pero no ha escatimado en advertencias. El ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo, instó a las autoridades departamentales a actuar con celeridad y pidió a la ciudadanía no subestimar la enfermedad. “La fiebre amarilla no es un resfriado. Puede ser mortal y su prevención depende, en gran medida, de la vacunación oportuna”, afirmó en rueda de prensa.
Organismos internacionales como la OPS han mostrado su preocupación por el caso colombiano, pues la aparición del virus en nuevas latitudes podría ser el inicio de una tendencia más amplia en América Latina. Según expertos, si no se refuerzan los mecanismos de vigilancia y control, el país podría enfrentar brotes más severos en los próximos meses.
Colombia se enfrenta así a un desafío que va más allá de una emergencia puntual. El brote de fiebre amarilla en zonas templadas es una advertencia clara sobre la vulnerabilidad creciente frente a enfermedades vectoriales, exacerbadas por un clima cambiante, sistemas de salud locales debilitados y brechas en la inmunización. La lección es clara: no basta con mirar hacia la selva; el riesgo puede estar cada vez más cerca de casa.