Martes, 29 de Abril de 2025
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El Congreso no se cierra: una advertencia desde adentro del mismo espectro político

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La política colombiana, siempre inquieta y cargada de tensiones internas, sumó un nuevo capítulo de confrontación en su ya larga novela de desencuentros. Esta vez, el cruce fue entre dos figuras que, en teoría, comparten orilla ideológica: Gustavo Bolívar, director de Prosperidad Social, y Daniel Quintero, exalcalde de Medellín y aspirante presidencial. Todo por una frase que desató alarma democrática: Quintero aseguró que, si llega a la Casa de Nariño en 2026, “cerrará el Congreso”.
Más allá del impacto mediático del titular, lo preocupante es lo que implica: una amenaza, directa o simbólica, al equilibrio de poderes. Y fue precisamente esa alarma la que activó la respuesta de Bolívar, quien, sin titubeos, recordó que “cerrar el Congreso es de dictadores”. La contundencia del mensaje evidencia que, aunque puedan marchar al ritmo del mismo proyecto progresista, hay límites que ni la afinidad ideológica puede justificar.
No es la primera vez que Quintero recurre a la grandilocuencia para captar atención, ni es ajeno a las confrontaciones públicas, como lo ha demostrado en sus encuentros con periodistas, opositores y hasta con quienes deberían ser aliados. Esta vez, sin embargo, sus palabras cruzaron una línea peligrosa, porque sugieren una forma de gobernar sin contrapesos, sin crítica, sin oposición institucional. En resumen: sin democracia.
Bolívar, a pesar de su conocida desilusión con el Congreso —que ha frenado muchas de las reformas del gobierno Petro—, no dudó en defenderlo como el pilar que es. “Puede gustarnos o no, podemos criticarlo las veces que queramos y estar en desacuerdo con las prácticas corruptas de muchos de sus miembros, pero el Congreso de la República nunca se cierra. Nunca”, escribió. Un mensaje que, en tiempos de polarización y tentaciones autoritarias, no puede pasar desapercibido.
El fondo de la discusión toca un nervio sensible: el desencanto ciudadano con las instituciones. Pero una cosa es proponer reformas profundas y otra, muy distinta, es coquetear con la idea de disolver el sistema desde dentro. Aún en medio del escepticismo generalizado, las democracias se fortalecen enfrentando la crítica, no silenciando. No se trata solo de cuidar las formas, sino de proteger los principios.
Esta fractura en la izquierda revela algo más que una diferencia de estilo. Muestra que, en el campo progresista, también hay tensiones de fondo sobre cómo interpretar el poder y cómo ejercerlo. El progresismo colombiano no puede darse el lujo de alimentar discursos extremos, cuando su bandera principal ha sido, justamente, la defensa de los derechos y el respeto a la institucionalidad.
El episodio también ilustra el rol que aún puede jugar Gustavo Bolívar dentro del debate nacional: una voz que, sin dejar de ser crítica, actúa como un contrapeso interno frente a los excesos verbales o simbólicos. No todo vale en la lucha por el poder, y recordar eso, desde adentro, es un gesto que honra la esencia del liderazgo democrático.
En una época en la que los populismos de todos los colores amenazan con debilitar las bases del pacto republicano, Colombia necesita menos promesas incendiarias y más debates serios. La democracia se defiende con reformas, sí, pero también con responsabilidad. Y si algo nos recuerda este cruce entre Quintero y Bolívar, es que incluso entre aliados ideológicos, el poder necesita ser vigilado, y la institucionalidad, respetada.

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