En el corazón palpitante del Vaticano, donde los siglos se entrelazan con la liturgia y el incienso parece no disiparse jamás, una figura se alza en la sombra del inminente cónclave: Dominique Mamberti, el cardenal designado para pronunciar la histórica fórmula del Habemus Papam. Mientras la Capilla Sixtina se convierte en epicentro del misterio, será su voz —grave, ceremonial y cargada de historia— la que marcará el inicio de un nuevo pontificado ante la mirada expectante de más de 1.400 millones de católicos.
Mamberti no es ajeno al peso simbólico de sus palabras. Nacido en Marruecos y con una larga carrera en la diplomacia vaticana, este purpurado representa una síntesis del viejo continente y el nuevo pensamiento que ha impregnado los últimos años del pontificado de Francisco. Su elección para este papel no es fortuita. Habla varios idiomas, conoce los matices del mundo moderno y ha sabido moverse con soltura tanto en los salones del poder eclesial como en las complejidades de la geopolítica internacional.
El cónclave comenzará este miércoles 7 de mayo, cuando 133 cardenales entren en reclusión bajo la bóveda majestuosa pintada por Miguel Ángel. Allí, sin teléfonos móviles, sin contacto con el exterior y rodeados de siglos de tradición, se dispondrán a elegir al sucesor de Francisco. No hay campañas, no hay encuestas ni entrevistas: solo la oración, la conciencia y el voto secreto. En tiempos de algoritmos y redes sociales, este rito milenario se mantiene intacto, resistente a las modas y al vértigo digital.
La fumata sigue siendo el signo por excelencia. Negro para la incertidumbre, blanco para la certeza. En medio de la multitud que se agolpa en la Plaza de San Pedro, esos segundos de humo se vuelven eternos. Y es entonces, cuando el blanco finalmente emerge, que la atención del mundo gira hacia el balcón central de la Basílica, donde aparecerá Mamberti. Su anuncio, en latín y con solemnidad antigua, rompe el silencio con una alegría contenida que trasciende idiomas y fronteras.
La frase es breve pero poderosa: “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam!” (Les anuncio una gran alegría: ¡tenemos Papa!). Con esas palabras, se levanta el telón de una nueva era. Detrás de él, el nuevo Pontífice, aún con el rostro sereno y la sotana recién colocada, saluda al mundo por primera vez. Pero antes de ese momento culminante, es Mamberti quien se convierte en la voz del Vaticano y del Espíritu Santo, un puente entre el pasado y lo que está por venir.
La elección de un Papa no es solo un asunto eclesiástico. Es, en cierto sentido, una señal para el mundo sobre el rumbo moral, ético y social que tomará la Iglesia. Bajo la mirada vigilante de Mamberti y sus colegas cardenales, los temas que marcaron el papado de Francisco —inclusión, justicia social, sostenibilidad, diálogo interreligioso— volverán a estar sobre la mesa. ¿Seguirá la Iglesia por la senda del progresismo? ¿O será este el inicio de un giro más conservador?
Sea cual sea la respuesta, el rostro de Mamberti quedará grabado en la historia como el heraldo del cambio. Así como en 2013 fue el cardenal Jean-Louis Tauran quien pronunció el Habemus Papam tras la elección de Jorge Mario Bergoglio, ahora es el turno de otro diplomático refinado. Su presencia, serena y firme, anticipa un acto de trascendencia espiritual y política. Porque en la Iglesia, como en los buenos relatos, los símbolos son tan poderosos como los hechos.
Cuando el mundo contenga el aliento en la Plaza de San Pedro, y los flashes de las cámaras parpadeen como estrellas nerviosas, será Dominique Mamberti quien tenga en sus manos el instante exacto en que la historia se reescribe. Un momento suspendido entre el cielo y la tierra. ¿Estás preparado para escuchar de nuevo: Habemus Papam?