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Des-Cuadrado: la despedida inesperada del último gladiador de Turín

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Durante años, Juan Guillermo Cuadrado fue más que un jugador en la Juventus: fue un símbolo. El colombiano, nacido en las tierras cálidas de Necoclí, llegó a Turín con la irreverencia del que sabe que el talento no necesita pedir permiso. En una institución forjada sobre la rigidez táctica y la tradición italiana, él aportó desborde, alegría y sacrificio. No fue solo un lateral ni un extremo: fue carrilero, capitán, salvador y, por momentos, el alma de un equipo que parecía de acero.

Sin embargo, su salida no tuvo el aroma de las leyendas. No hubo homenajes estruendosos ni ruedas de prensa emotivas. Solo el silencio incómodo de un club que decidió, tras años de gloria compartida, cerrar una puerta sin previo aviso. Cuadrado, confiado en una renovación que nunca llegó, se fue como no merecen irse los ídolos: con la maleta a medio hacer y la sensación de haber sido descartado.

Había ganado once títulos. Había dado asistencias memorables, como aquella que dejó en el camino al Bayern Múnich en Alemania, durante una vibrante semifinal de Champions. Había marcado goles decisivos, cerrado partidos clave y, sobre todo, había jugado siempre con el pecho abierto. A veces demasiado: como en aquella final en Cardiff, donde su encontrón con Sergio Ramos terminó en una expulsión que aún duele en la memoria juventina.

La Juventus, una institución que suele rendir culto a sus referentes, se quedó corta en gratitud. Porque si alguien encarnó el espíritu de lucha, el oficio silencioso y la entrega sin excusas, fue Cuadrado. Supo adaptarse a todos los técnicos, aceptar los cambios de posición y asumir el liderazgo cuando la cancha ardía. Pocos extranjeros habían calado tan hondo en una escuadra que no regala afectos.

Su salida en 2023 fue casi un acto administrativo. El contrato venció, y el club no levantó el teléfono. Cuadrado esperaba, y mientras tanto seguía entrenando como quien se prepara para un futuro que ya no estaba escrito en blanco y negro. Fue un adiós sin despedida, un punto final sin párrafo de cierre. Un acto de olvido que contrasta con su legado imborrable.

El fútbol, tantas veces ingrato, volvió a enseñar su cara más fría. Y aunque Cuadrado no reclamó públicamente, el relato posterior —cuando por fin rompió el silencio— dejó entrever la decepción. “Pensé que renovaría”, confesó, con la honestidad de quien entregó sus mejores años a una causa que terminó archivada. Porque hay formas de irse, y la suya fue más un desahucio que una despedida.

Hoy, el “Panita” sigue su camino lejos de Turín, pero con la frente en alto. Su historia en Juventus no se mide en trofeos —que los tuvo por montones— sino en respeto ganado, en sudor derramado, en partidos donde fue todo lo que un club exige a su jugador: entrega, lealtad y amor por la camiseta. Su salida fue discreta, pero su paso quedará grabado en la memoria de quienes saben que el fútbol también es carácter.

Y quizás, cuando el tiempo sane las heridas y la nostalgia alcance a la dirigencia juventina, el nombre de Cuadrado vuelva a las tribunas del Allianz Stadium. No como el jugador que se fue sin aviso, sino como el guerrero que, sin hacer ruido, se convirtió en parte esencial de una era dorada. Porque los títulos se exhiben, sí, pero la grandeza —como la de Juan Guillermo— se recuerda.

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