En Medellín, la informalidad laboral se ha convertido en una forma de vida para miles de personas que, desde temprana edad, se ven obligadas a recurrir al rebusque diario para sobrevivir. Un estudio reciente de la Universidad Eafit arroja datos inquietantes sobre las condiciones de vida de los cerca de 35.000 vendedores ambulantes que habitan la ciudad. Lejos de ser un trabajo temporal o transitorio, el ser vendedor informal es, para muchos, una ocupación de largo aliento. El 40% de estos trabajadores lleva más de 20 años en el sector, lo que demuestra lo difícil que es escapar de la informalidad en un contexto económico que no ofrece alternativas viables.
A lo largo de las últimas décadas, Medellín ha sido testigo de cómo la informalidad ha crecido a un ritmo alarmante. A diferencia de las estadísticas que nos hablan de un joven profesional que cambia de empleo en busca de crecimiento personal y profesional, el panorama de los trabajadores informales es muy diferente. Un vendedor ambulante como “El Mono del Estadio” —quien empezó a trabajar en las calles desde los 8 años— es un ejemplo claro de esta realidad. Ahora, a sus 49 años, sigue vendiendo productos en el estadio y en otros puntos de la ciudad para llevar un sustento a su hogar. La falta de seguridad social, la ausencia de pensión y la carencia de derechos laborales son una constante para quienes se encuentran en su misma situación.
El estudio de Eafit revela que la mayoría de los vendedores informales en Medellín son personas mayores de 40 años, muchas de ellas ya superando los 60. A pesar de su extensa trayectoria en el mercado informal, solo el 19% de ellos terminó el bachillerato, y una gran parte de ellos vive en condiciones precarias, en hogares con muchos miembros y en estratos bajos de la ciudad. Esta situación refleja la falta de acceso a la educación y las oportunidades laborales, lo que limita la movilidad social y perpetúa la pobreza en varias generaciones.
Uno de los hallazgos más preocupantes del estudio es la precariedad económica que sufren estos trabajadores. La mayoría de los vendedores informales, aunque realizan largas jornadas laborales, no pueden permitirse un estilo de vida digno. Un 62% de ellos está afiliado al Sisbén, pero apenas el 2% realiza aportes a una pensión, lo que augura un futuro incierto para ellos una vez lleguen a la vejez. Además, las carencias son evidentes en su alimentación, pues más de un tercio de los encuestados admiten comprar alimentos menos nutritivos debido a que no pueden costear opciones más saludables.
Las dificultades económicas no solo afectan a los vendedores informales, sino también a sus familias. Muchos de ellos viven en hogares numerosos, donde el ingreso diario depende de la venta ambulante y de la realización de otros trabajos informales, como el transporte de muebles o trasteos. Esta precariedad crea un ciclo de dependencia que dificulta el acceso a mejores condiciones de vida. La situación de estos trabajadores refleja las carencias estructurales que existen en la ciudad y que afectan a los más vulnerables, quienes, a pesar de su esfuerzo constante, se ven atrapados en un sistema que no les ofrece las herramientas necesarias para salir adelante.
A pesar de estas dificultades, algunos vendedores informales, como El Mono, han encontrado maneras creativas de generar ingresos adicionales. El uso de plataformas como TikTok ha permitido a muchos de estos trabajadores llegar a nuevos públicos y promocionar productos de forma innovadora. Sin embargo, esta es una excepción y no la regla, ya que la mayoría de los vendedores no tienen acceso a la tecnología ni a la educación necesaria para aprovechar estas oportunidades. Además, la falta de un sistema de pensiones adecuado deja a estos trabajadores en una situación de vulnerabilidad cuando ya no puedan seguir trabajando en las calles.
El estudio también pone de manifiesto cómo la informalidad laboral está vinculada a la falta de políticas públicas eficaces que promuevan la inclusión social y la integración de estos trabajadores al mercado formal. Si bien la ciudad ha implementado algunas iniciativas para mejorar las condiciones de los vendedores ambulantes, como la regularización de los espacios de trabajo y la capacitación, estos esfuerzos aún son insuficientes para abordar las necesidades de toda la población que depende del rebusque.
En conclusión, el trabajo de los vendedores informales es una realidad cruda y persistente en Medellín. Aunque muchos de estos trabajadores llevan años luchando por mejorar su situación, las barreras estructurales, económicas y educativas siguen siendo un obstáculo casi insuperable. Es urgente que se implementen políticas públicas más efectivas que no solo regulen el trabajo informal, sino que también ofrezcan alternativas reales para la inclusión social, garantizando condiciones de vida dignas para aquellos que, como El Mono, llevan décadas sobreviviendo del rebusque.