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William Yeffer Vivas: del escándalo local al contrato nacional

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En el tablero movedizo del poder público, algunos nombres parecen tener más vidas que un gato. William Yeffer Vivas Lloreda, conocido en Medellín por su accidentado paso como personero, reapareció este mes como contratista del Gobierno Nacional, esta vez con un contrato firmado con la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH). Su retorno, silencioso pero estratégico, marca un nuevo capítulo en la trayectoria de un funcionario que, pese a las controversias, sigue orbitando las esferas del Estado.

El contrato, publicado en el Sistema de Información y Gestión del Empleo Público (SIGEP), está destinado a la prestación de servicios como abogado especializado, con un enfoque en estructuración de políticas para la prevención del daño antijurídico y en la atención de requerimientos relacionados con restitución de tierras. Aunque los objetivos parecen técnicos y legítimos, la presencia de Vivas en una entidad nacional ha levantado cejas en distintos sectores. El documento establece una duración de poco más de mes y medio, con un valor de 65 millones de pesos. Poco tiempo, mucho dinero, y un nombre que incomoda a más de uno.

Vivas había desaparecido del radar en febrero de 2024, cuando renunció intempestivamente a su intento de reelegirse como personero de Medellín, a pesar de que lideraba el concurso de méritos. Su retirada coincidió con el aumento de cuestionamientos por parte de líderes de opinión y veedurías ciudadanas, que señalaban irregularidades en su anterior gestión y advertían sobre la inconveniencia de su continuidad en el cargo. La renuncia fue, para algunos, una jugada para evitar un golpe institucional más fuerte; para otros, simplemente el final anunciado de una aspiración que ya estaba erosionada.

Lo paradójico es que, en lugar de representar un retiro o una pausa, aquel retiro funcionó como un trampolín. Menos de un año después, su nombre reaparece no en una alcaldía o en una oficina regional, sino directamente en el engranaje del gobierno nacional. No se trata de un cargo de alta visibilidad, pero sí de uno con influencia técnica y jurídica. En un país donde los contratos por prestación de servicios muchas veces son la puerta trasera del clientelismo, la contratación de Vivas abre preguntas inevitables.

¿Premio de consolación o parte de un entramado político más amplio? La vinculación de exfuncionarios cuestionados en entidades técnicas no es nueva, pero sigue siendo sintomática. Los mecanismos de vigilancia sobre la idoneidad de los contratistas rara vez detectan los antecedentes que, si bien no siempre son judiciales, sí tienen relevancia ética y administrativa. Y en el caso de Vivas, su gestión como personero dejó suficientes señales de alerta para que su nombre no pasará desapercibido.

Desde el gobierno no ha habido declaraciones públicas sobre esta contratación, como si se tratara de un trámite rutinario. Pero en un país como Colombia, donde lo técnico y lo político suelen entrelazarse, lo rutinario puede convertirse fácilmente en símbolo. La percepción ciudadana no se rige por los pliegos contractuales, sino por el historial de quienes son llamados a ocupar roles en el aparato estatal. Y el historial de Vivas, aunque no judicializado, está lejos de ser impoluto.

Este episodio no sólo revive el debate sobre el reciclaje de funcionarios que dejaron deudas pendientes con la opinión pública, sino también sobre la opacidad de muchos nombramientos contractuales. A falta de mecanismos más exigentes de control y rendición de cuentas, se abre el camino para que las viejas prácticas encuentren nuevas vitrinas. El nombre puede ser otro, el cargo distinto, pero el patrón se repite.

En un país que necesita reconstruir la confianza en lo público, cada contrato cuenta. Y cada nombre que reaparece, sin explicaciones claras, es un recordatorio de que las instituciones no solo deben ser eficaces, sino también ejemplares. La historia de Vivas no es apenas la de un contratista más. Es, en realidad, un espejo de cómo operan los círculos del poder en Colombia: con memoria selectiva, con puertas giratorias y, muchas veces, sin consecuencias.

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